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  • A TRAVÉS DEL VELO RASGADO

    © 10/14/2016

    La familia Kiritis había regresado de Maya hacia mas de un año. El hermano de Ondina, Gudar Kiritis, junto con su esposa Marta estaban tratando de olvidar su extraña aventura.

    Elisa, por otra parte, no quería olvidar nada, y hablaba frecuentemente con su adorada tía de los días pasados en ese mundo fantástico. Es cierto que Elisa había sufrido bastante, sobre todo cuando Medusa la había secuestrado, pero ahora eso era solo un recuerdo desagradable.

    Ondina había escrito y publicado muchas de sus aventuras ya que como escritora de fantasía de cierta fama, utilizaba esas memorias para crear mas tramas.

    Su editora Cristina, que al principio se había quejado de la brusca partida de Ondina, sobre la cual no tenía conocimiento alguno, estaba muy satisfecha con la actual producción de la autora.

    Esa tarde, Ondina había decidido caminar un poco. Era un invierno bien frio.

    Durante muchos años los inviernos en la Florida habían resultado leves, pero este había llegado con muy bajas temperaturas y vientos fuertes.

    Caminaba en compañía de sus dos perritas, Daisy y Cleo en dirección al parque que rodeaba los lagos cercanos a su casa.

    Se había hecho tarde y la oscuridad de la noche la obligó a regresar a casa. Estando ya cerca de ella, vio una luz que se movía en la sala.

    Ondina había dejado todo apagado, excepto la cocina, el gatico Garcy estaba comiendo y no quiso dejarlo a oscuras, así que el hecho de ver luz en la sala la asustó bastante. Entró a la casa por la puerta de la cocina, y antes de que pudiera evitarlo, ambas perritas se habían lanzado hacia la sala, ladrando y gruñendo con todas sus fuerzas. Ondina se acercó con cuidado a la puerta, tratando de ver quien allí se encontraba.

    En sus manos tenía el teléfono, lista a discar el 911. Al principio, no pudo reconocer la persona que se inclinaba a acariciar las perras. Había algo que le parecía familiar, como una memoria que se niega a regresar, y el hecho de que las perras aceptaran su presencia y sus caricias casi convencían a Ondina de que no había peligro.